El teatro popular y de autogestión abre sus cortinas en
la sala óvalo de la
Municipalidad de San Miguel, 50 personas (y no caben más)
llenan el lugar, la escenografía de cortinas y persianas bien dispuestas son
circundadas por adultos, niños, una pareja de atuendo punk. Sillones por rojo
carmesí besando la alfombra, un minibar con una botella antigua y cuatro vasos
sedientos, un teléfono ochentero (de esos con disco calado), una mesita de raso
blanco por mantel. Una virgen de yeso encaramada.
Luces
rojas entrelazadas con tenues claros inundan el acto, aparece El Rola, con pinta de cafiche de baja
monta quien ayuda, asea y protege por comida a quienes le resguardan también
por ser mudo y en cierto modo ingenuo. Se persigna ante la imagen de la Virgen del Carmen izada
como patrona de casa de puta y entuertos. Sintoniza música de Sting en la radio
y copiosamente baila hasta que aparece la primera mujer, asemeja un videoclip.
Con la canción “Qué calor, qué calor desnuditos es mejor” aparecen otras, un
travesti y la cabrona con pieles
parecidos a bisonte al cuello exclamando ¡Puta que estoy cansá!. Todas le dicen
“mamá”. Dos
jovenzuelos con cara de idiotas ingresan tímidamente, dándose codazos y
sonrisas cómplices
Bienvenidos jóvenes imberbes a
esta casa COGIDA
Aparecen
las mujeres con diminutos calzoncitos, encajes,
terciopelos, lentejuelas en Canesú y cada una exacerbando sus atributos físicos.
Ellos escogerán de aquel desfile de nalgas, tetas y lenguas respingadas al aire
aquellas que mejor les parezcan: La Rucia, envidiada
por su belleza y fortaleza de nervios y glúteos; Mistela, tambaleándose torpemente entre su curadera, su pasarela
imaginaria parece una cuerda floja. Venida del sur de Chile en busca de un
“futuro esplendor” como reza el himno patrio odia a la Rucia
por que le quitó al cafiche que amó antaño y con quien tuviera una hija que
abandonaría en el mismo hospital donde la parió; El travesti que luego baila como un Ícaro encendido entre los
sillones, un paquete de realidad que no puede esconder entre las piernas ni siquiera
con su maquillaje imitado de los grandes salones gringos, exuda simpatía y
creatividad; La Tonta, quien habla
a destiempo, choca con objetos e ideas y es producto de mofas u órdenes de
callar por el resto; La Chica del Desnudo Total quien fuera violada
por su guía espiritual cuando era casi una joven forman parte de aquel circuito
sexual en servicio.
Cuando
los jóvenes retozan en las habitaciones, aparecen agentes de la policía
terrorista del dictador Pinochet, escupiendo groserías y babas de sabueso,
armados de metralletas USI e imponentes pistolas dicen buscar al “Comandante
Feliciano perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez”. Humillan,
manosean e incriminan a todos, incluidos los asustados mozuelos sacados de sus
pasiones, patean al travesti con muecas de asco y odio y descubren a Celeste, una niña quien no forma parte
del servicio pero por ser menor de edad ampara las amenazas de clausura de la
candileja y quien alcanzara importancia en el desenlace de la trama.
Entre
música pop, boleros y frases certeras en torno a la vida de los burdeles, la
persecución política a todo aquel que no formara parte del desfile militar
derechista en su doble moral ambientan este guión escrito hace más de una
década.
La New Casa de Acogida,
con la dirección de Adolfo Solís, asistencia artística de Daniel Ortíz y un
reparto de 12 actores sintoniza el pasado inmediato y abierto aun en las llagas
del pueblo, abriéndose paso entre la cortina de hierro de la cultura oficial.
Su estreno en La Palomera resulta una copa
difícil de rechazar, más cuando se trata de un trago agridulce en el menú de la
bohemia chilensis.
Por Luis Emilio Barahona
Cabaret Cultural, 2012.
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